¿Estamos atinando con la Evaluación del Riesgo Ambiental?

La Evaluación del Riesgo Ambiental (más conocido por ERA de sus siglas inglesas Environmental Risk Assessment) es un procedimiento por el cual a partir de datos toxicológicos para diferentes especies y para un tóxico determinado podemos predecir el riesgo potencial que sufrirá un ecosistema. Normalmente la mayoría de los datos para la ERA se obtienen de estudios de laboratorio, que pueden ser más o menos complejos (desde simples estudios agudos hasta estudios crónicos que miden efectos sobre el crecimiento o la reproducción de las especies). El problema se plantea al dar el salto desde lo que se ha medido en el laboratorio y lo que ocurrirá en un ecosistema, donde la complejidad ambiental es muy elevada (infinitamente más alta que en un laboratorio). En un artículo de opinión publicado en la revista de la SETAC (Society of Environmental Toxicology and Chemistry) los autores se plantean la siguiente pregunta: Are We Going About Chemical Risk Assessment for the Aquatic Environment the Wrong Way? o básicamente si ¿estamos yendo por el mal camino en la evaluación del riesgo ambiental para el ambiente acuático?
Ya en el año 1980 la USEPA indicó que no tenía la capacidad experimental necesaria para poder hacer una evaluación de todos los compuestos químicos que se producían en la industria (se necesitan muchos medios materiales y económicos para poder evaluar el efecto de los tóxicos en una amplia batería de diferentes especies). En la actualidad el número de compuestos químicos no ha hecho más que incrementar y esta situación se ha agravado. Además, algunos compuestos (como los farmacéuticos) están diseñados para producir un efecto biológico, con lo que la biota de los ecosistemas se tendrá que ver potencialmente muy afectada. A esto hay que sumar que en los ecosistemas naturales los seres vivos se van a ver expuestos a una mezcla compleja de muchos químicos, lo que hace que la ERA sea más complicada si cabe. Otro problema añadido es que los estudios que se publican muestran resultados positivos (es decir, se publican resultados de especies que reaccionan de forma negativa ante el tóxico), lo que podría sesgar la evaluación hacia una mayor sensibilidad de las comunidades naturales. Como se puede ver de lo anterior la cantidad de problemas asociados a la ERA son extensos y difíciles de resolver. La forma de intentar abarcar este problema es cambiar el foco de estudio, debemos centrarnos en monitorizar los ecosistemas -siempre sin olvidar los datos de laboratorio que nos van a permitir evaluar de forma muy precisa los efectos directos sobre las especies- para saber los efectos reales de los tóxicos. Aquí se nos abre otro problema: cada ecosistema tiene sus particularidades (temperatura, caudales, diversidad, etc.) lo que puede influir en los efectos de los tóxicos. No obstante, el realismo de la monitorización y de los estudios a escalas complejas (como los estudios con mesocosmos) pueden ayudar a salvar este hándicap de la ERA.




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